vino en el mundo clásico

Crátera, c. 550 a. C, atribuida a Lydos, Metropolitan Museum, Nueva York. Estos recipientes se empleaban en el mundo clásico para mezclar el vino con agua antes de servirlo. En ella se puede ver una representación de Dionisos con un cortejo de sátiros y ménades.

En marzo se celebraba, según Ovidio, la fiesta de Baco, identificado con el Liber romano, el dios del vino y las vides. Se identificaba también con el Dionisos griego, un dios muy local, pero de aspecto oriental, rodeado de sátiros y ménades, en su carro tirado por tigres y panteras. Era un dios temible y amable a la vez. Un dios que, al ser apresado por piratas, llenó el barco de panteras, osas, vides y naturaleza, pero que se apiadó de los marineros que caían al agua y los convirtió en delfines. Un dios capaz de hacer que las mujeres de la familia de Penteo despedazaran a este, creyendo que era un león, en pleno éxtasis místico, por ofenderle y oponerse a su culto. Un dios capaz de lo mejor y lo peor, de la locura mística, del baile, de la música. Un dios muy humano, como son los dioses griegos.

En Roma, asimismo relacionadas con el vino y con su esfera mítica, se celebraban en abril y en agosto las Vinalia, dedicadas también a Venus y con la participación de prostitutas y bailarinas. Vino, amor, fertilidad y vegetación se mezclaban en una fiesta muy popular. En Grecia también hay numerosas fiestas relacionadas con el ciclo del vino. Una de las más conocidas es la fiesta de las Antesterias, a finales de febrero o principios de marzo, en que se abrían los vinos nuevos (y se bebía en cantidades ingentes), se bailaba y se representaban comedias. Se celebraban también las Dionisias rústicas y las urbanas (en diciembre y en marzo) y las Leneas.

Un episodio especialmente cruento relacionado con la celebración de este dios (o estos dioses, más bien) sucedió en el 186 a.C. en Roma. En ese año los romanos decidieron suprimir las bacanales, que se habían convertido en ritos nocturnos en que no solo participaban mujeres, sino que se iniciaba también a jóvenes. El Senado lo consideró una conspiración en toda regla, acusó a las mujeres de cometer obscenidades, de que se violaba a los niños, de asesinatos y de cualquier otra cosa que se les pasó por la cabeza. La represión acabó, según las fuentes, con miles de muertos, entre hombres y mujeres, y la prohibición de estos ritos mistéricos.

Caupona excavada en Ostia, el puerto de Roma. Las cauponae, thermopolii y las popinae eran establecimientos parecidos a los bares, donde en el mundo clásico podía pedirse vino y algo de comida, generalmente para tomar de pie y rápidamente. © Patricia González

La importancia del vino en el mundo clásico

Pero, ¿por qué tantos honores, tantas fiestas, tantos ritos en torno a Dionisos, Baco o Liber? Hay que tener en cuenta que el vino ha sido un elemento fundamental en la alimentación básica desde la Prehistoria en el ámbito mediterráneo. El conocimiento del cultivo de la vid remonta en algunos lugares ya en el neolítico, y los faraones de la Primera Dinastía ya producían su propio vino. Homero nos habla de un mar del color del vino, ese “ponto vinoso” −analizar cómo surge el vocabulario relacionado con los colores y por qué no conocían el azul daría para otro artículo−. De hecho, junto con el aceite y con los cereales, el vino ha pasado a formar parte de una tríada mitificada, ha formado parte del arte, la literatura y el imaginario colectivo hasta llegar a nuestros días como una parte importante de nuestra alimentación, ocio y vida social.

El vino, junto con la cerveza y el hidromiel son, a la vez, formas seguras de consumir líquido y de conservar alimentos. Pero también el contenido alcohólico resultaba básico en muchas ceremonias religiosas y fiestas que implicaran comensalidad. Era un elemento fundamental en los banquetes, que cumplían una labor social básica, asociándose al placer, la sociabilidad y los festejos. Los banquetes y simposios servían como elementos de socialización, no solo entre la élite, para reforzar sus vínculos, sino también en momentos como los nacimientos y las bodas, en que se necesitaba que la comunidad reconociese y recordase el momento. En un mundo sin registros civiles, podía ser de vital importancia que tu vecino recordase que, efectivamente, estuvo en tu presentación como nuevo miembro de la familia, o que tu boda fue legítima.

Privar a alguien de vino era considerado un castigo importante, muestra de la austeridad y dureza de vida a la que se podía condenar a alguien. Cuando Augusto confinó a Julia en una pequeña isla, se le prohibió el vino, junto con el contacto humano y otras comodidades. Lo mismo pasa con las penitencias a “pan y agua”. En cambio, su reparto gratuito en espectáculos y ocasiones especiales, era algo que los romanos apreciaban especialmente. Marcial dice, por ejemplo, que en su tiempo se repartían bonos a los espectadores para diez copas de vino. Aunque Plinio decía que en tiempos antiguos no estaba permitido a las mujeres romanas tomar vino, lo hace tan solo como una exageración poética. De hecho, justo antes menciona que Livia achacaba su longevidad y buena salud al vino de Pucino, que tomaba a diario.

vino en el mundo clásico Sileno ebrio

Sileno ebrio (1628), grabado de José de Ribera, el Españoleto, Art Institute, Chicago. Sileno fue el encargado de criar a Dionisos, y era representado como un sátiro obeso, acompañado generalmente de un burro. Está asociado a la embriaguez mucho más que el propio Dionisos.

Tipos de caldo

No había un solo vino, sino que se reconocían distintas calidades y distintas uvas (ammineas, nomentanas, apianas…), además de distinguir, tanto griegos como romanos, el vino blanco del tinto. También distinguían entre vinos dulces y secos. Además del citado vino de Pucino, el de Falerno estaba entre los más renombrados, junto con el Másico. Aunque claro, los autores romanos siempre intentaban ensalzar los vinos italianos sobre los de otras zonas. El vino del interior de África, en cambio, sería muy malo, y el del noreste de la península ibérica flojo y de poca graduación, al igual que el del campo Vaticano. Dioscórides también renegaba del vino nuevo en general, ya que consideraba indigesto y causante de pesadillas.

Había también otras variantes que se salían de la forma de producción normal. Por ejemplo, el passum era el vino que se elaboraba a base de uvas pasas. En Oriente no solo se elaboraba vino con uvas, sino también con dátiles o, incluso, con la resina azucarada de la corona de palmera datilera, dando lugar a lo que los romanos llamaban “vino de palmera”.

En cualquier caso, el vino era mucho más ácido que el actual, ya que no se producía en barricas de madera (que solo empezaron a usarse en el Bajo Imperio), sino en grandes pithoi cerámicos, pudiéndose almacenar también en odres impermeabilizados con pez. También se trasladaba y almacenaba en ánforas, lo que alteraría su sabor con el tiempo. Aun hoy, y sobre todo en zonas rurales de Extremadura y regiones cercanas, se sigue elaborando el llamado “vino de pitarra”, de graduación algo más alta que la habitual y producido en recipientes cerámicos. En cualquier caso, si el vino acababa avinagrándose demasiado, siempre cabía la posibilidad de fabricar la llamada posca, una bebida hecha con el vinagre resultante, agua y diversas hierbas aromáticas. Era muy común en el ejército y era lo que se ofreció a Jesús en la cruz, según las fuentes.

Altar de época de Augusto y de mármol de Carrara, encontrado en la excavación del anfiteatro de Itálica, Museo Arqueológico de Sevilla. Representa una ménade en pleno éxtasis dionisiaco. Las ménades o bacantes eran las acompañantes femeninas del dios, así como sus seguidoras terrenales. © Patricia González

La acidez se solucionaba mezclando el vino con agua, en una proporción variable, lo que, además, permitía beber más y durante más tiempo. Además, se añadían distintos aditivos, sobre todo, miel. Se cita frecuentemente el mulsum, pero también el oenomelli, con más miel que vino. El oxymel, en cambio, sería una variante del hidromiel, al que se añadía vinagre. También se añadían especias, algunas de ellas psicoactivas, como el azafrán. Además, se bebía, en muchas ocasiones y, especialmente, en invierno, vino caliente, como el actual mulled wine inglés.

El vino era también un elemento básico en la medicina, ya fuera solo o como base para diversos remedios. Esto perduraría en época islámica como una excepción a la prohibición de tomar alcohol. Así, la semilla de lechuga disuelta en vino evitaba los “sueños libidinosos” según Plinio, y el láudano, principal calmante y analgésico fuerte de la época, se hacía con vino, opio y azafrán. También vinos medicinales que se hacían con elementos distintos a la vid, o a los que se añadían distintas plantas durante o después de la fermentación. Plinio habla, por ejemplo, del vino de escamonea, que provoca el aborto.

Todo con medida

Eso sí, los autores ya recomiendan moderación en el consumo del vino. Eubulo afirmaba que:

«Solo tres cráteras mezclo para los que son prudentes: la una, de salud, la que apuran primero. La segunda, de amor y placer. La tercera de sueño, que apurarla los invitados sabios regresan a casa. La cuarta ya no es nuestra, sino de la insolencia. La quinta, del griterío; la sexta, de los bailes por la calle; la séptima la de los ojos morados; la octava, de los alguaciles; la novena, de la cólera; la décima de la locura, que también hace cae». (PCG V, fr.93)

Cortejo dionisiaco, procedente de Herculano y conservado en el Museo Arqueológico de Napoles. Dionisos viajaba acompañado de un cortejo de sátiros y ménades, que representaban el descontrol, la naturaleza y lo salvaje. © Patricia González

Parecía claro, pues, que el consumo excesivo de vino, y más aún cuando estaba mezclado con sustancias psicoactivas, tenía ciertas consecuencias indeseadas. Aun así, habría que ver qué consideraban excesivo los romanos, ya que, por ejemplo, hablando de Alejandro Severo y alabando su moderación con el vino, decían que solo tenía para su consumo, diariamente, cuatro sextarios de vino con miel y otros dos de miel con pimienta. Teniendo en cuenta que un sextario es más de medio litro, el consumo resulta, a nuestros ojos, pelín elevado.

Una de las consecuencias era la desinhibición excesiva en el momento del consumo. Ya griegos y romanos decían que en el vino se hallaba la verdad: in vino veritas. Cuando según Heródoto el abuelo del ateniense Clístenes, de igual nombre, pretendía casar a su hija y había elegido a Hipoclides, este bailó, animado por el vino, de una forma bastante poco pudorosa. Clístenes anuló la boda mientras le reprochaba su actitud. Él solo respondió que “a Hipoclides le trae sin cuidado”, lo que se convirtió en un dicho popular. También Alcibíades acaba increpando a Sócrates, al final del Banquete, por su escasa actividad sexual diciendo, además, que los niños y los borrachos dicen la verdad. La agresividad era también parte de esa desinhibición. La centauromaquia representada, entre otros muchos soportes, en el Partenón de Atenas, refleja otro momento problemático por el vino, aquel en que los centauros, invitados a una boda y borrachos como cubas, decidieron raptar a las mujeres de los lapitas, desencadenando una batalla campal que acabó con la expulsión de los centauros de Tesalia.

Quizás la anécdota más surrealista fue narrada por Ateneo, y cuenta que unos jóvenes se excedieron con el vino hasta el punto de pensar que, en vez de en el banquete, estaban en un barco. El exceso de mareo hizo que creyeran naufragar, así que decidieron aligerar la “carga” tirando los muebles a la calle. Tras rapiñar los vecinos todo lo apetecible, llamaron a un magistrado, que desistió de tomar represalias cuando uno de los jóvenes, de los más serios, se quejó de que él no había hecho nada… solo se había quedado bajo los bancos del barco porque tenía miedo.

El vino en el mundo clásico ánforas romanas cádiz

Ánforas conservadas en el Museo Arqueológico de Cádiz. Las tipologías de ánforas, envases fundamentales para el transporte del vino en el mundo clásico, tienen unas cronologías bien conocidas, lo que permite a los arqueólogos usarlas como elemento de datación. © Patricia González

Así, no es raro que el vino se asocia al descontrol, sobre todo en el caso del vino puro. Beberlo sin mezclar se consideraba propio de bárbaros, tanto en Grecia como en Roma, o de desmedidos. Aristófanes lo relaciona en las mujeres con otro vicio, el de esconder a sus amantes en sus propias casas. Aun así, en algunas ocasiones importantes, como en la celebración de un nacimiento, el vino se bebería poco mezclado, para animar especialmente a los asistentes. De hecho, los griegos incluso crearon un cargo específico, el de los oinoptai, para controlar el gasto público de vino en los festivales y otros asuntos derivados de su consumo excesivo.

La segunda consecuencia principal e indeseada de estos excesos era la resaca. De hecho, todo el inicio del Banquete de Platón consiste en las excusas que dan jóvenes y mayores para beber “a placer” y no según el orden establecido por el anfitrión, dada la resaca acumulada de los días anteriores. Ninguno quiere quedar como débil o un aguafiestas frente al resto, pero no pueden con su alma. También Plinio se queja de los vinos pompeyanos, afirmando que la resaca que dejan no solo es mala, sino duradera. La “muerte de la memoria”, el aliento apestoso y el dolor de cabeza son efectos inmediatos, pero también describe consecuencias del alcoholismo a largo plazo, como el temblor de manos, los derrames oculares o la palidez. Parece que los romanos eran especialmente conscientes de lo desagradable del olor y sabor del aliento, por lo que inventaron pastillas y perfumes para evitarlo, una especie de precedente de nuestros caramelos mentolados.

De hecho, tanto griegos y romanos, como antes de ellos los egipcios, intentaron inventar, recoger y transmitir remedios para la resaca. La col hervida, las almendras amargas, vomitar o darse un baño aparecen como posibles remedios… aunque, como hoy, el único remedio real sería el tiempo y el reposo. Y jurarse que uno está mayor para estas cosas, hasta las siguientes Antesterias.

el cortejo dionisiaco MAN

Mosaico que representa el cortejo dionisiaco, Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Dionisos, asociado a lo oriental y lo salvaje, tenía un carro tirado por grandes felinos, normalmente tigres o panteras. © Patricia González

Bibliografía

  • Dalby, A. (2003): Food in the Ancient World, from A to Z. Londres: Routledge.
  • Gately, I (2008): Drink: A Cultural History of Alcohol. Londres: Penguin
  • Phillips, R. (2001): A Short History of Wine. Londres: Penguin.
  • Notario, F. (2011): “Manjares de cuna y lecho: los banquetes sacrificiales natalicios y nupciales en la democracia ateniense del siglo IV a.C.”, Arys: Antigüedad: religiones y sociedades, 9, pp. 67-83

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